"Todos los avances significativos fueron rupturas en las antiguas formas de pensar"
Thomas Kuhn

viernes, 13 de noviembre de 2009

El maestro y la vaca


Hay un antiguo cuento oriental que narra que un maestro caminaba una vez por el campo con uno de sus discípulos, de regreso de un viaje, cuando vieron una humilde choza. Fueron a ella para pedir algo de comer; la familia que ahí vivía compartió con ellos el alimento y les contó que eran muy pobres, y que lo único que los mantenía era una vaca, cuya leche vendían para salir adelante a duras penas. Terminando de comer, los viajeros agradecieron la atención, se despidieron y reanudaron su jornada.

No habían caminado mucho cuando se toparon con la vaca. El maestro le pidió a su discípulo que lo ayudara a llevarla a un barranco cercano, desde donde la echaron al vacío. El discípulo se escandalizó y pensó que su maestro o era muy malo o de plano se había vuelto loco para hacer una cosa así. Cuando le pidió una explicación, el maestro calló.

Pasaron los años, el maestro murió, y el antiguo discípulo se convirtió él mismo en un maestro. En una ocasión pasó por la comarca en la que se asentaba la choza y en su lugar vio una casa en forma, amplia y confortable. Sintió curiosidad por saber qué había sido de sus antiguos moradores, los que seguramente habían tenido que irse de ahí al terminárseles su antigua fuente de sustento, si no es que les había pasado algo peor. Se acercó a ella y tocó a la puerta.

Para su sorpresa, en esa casa habitaba la misma familia, la que le contó que, justamente el día que ellos les habían pedido algo de comer, la vaca había tenido un terrible accidente y había muerto al despeñarse por el barranco; dado que su única fuente de sustento se les había acabado, tuvieron que pensar en otra forma de ganarse la vida. Echando mano de la creatividad, emprendieron un negocio que a la larga les resultó mucho más redituable que la vaca, y que hizo que ahora vivieran con mucho mayor holgura.

El antiguo discípulo, entonces, comprendió todo y sintió vergüenza por haber juzgado tan mal a su maestro.

Lanzar al precipicio

Cuando se escucha el cuento por primera vez, la reacción inicial que se tiene al llegar la parte relacionada con el despeñadero, es la misma que tuvo el discípulo: pensar que el maestro era un desagradecido y una persona con malos sentimientos, capaz de privar a una familia de lo único que la mantenía viva.

Sin embargo, en vista de lo que sucede al final, resulta evidente que a muchas personas, empresas y hasta países, les pasa lo mismo que a la familia de la historia: se instalan en su zona de confort, se hacen a la idea de que más vale malo por conocido, y son incapaces de pensar en otras maneras de hacer las cosas, que pudieran ser mejores que las que se practican en la actualidad. Sin lugar a dudas, a veces los bienes se convierten en males, porque nos vuelven conformistas. Un antiguo refrán afirma que la necesidad es la madre de la creatividad.

Cuando se atraviesa por una época como la actual, en la que los recursos son limitados y los problemas parecieran no tener fin ni solución, es fundamental que actuemos como la familia del cuento al quedarse sin la vaca: hay que buscarle por otro lado. Más aún, no pocas veces tenemos que ser nosotros mismos los que despeñemos al animal, porque mientras éste siga estando ahí, será poco lo que hagamos para encontrar nuevas opciones.

No cabe duda de que muchas empresas tienen sus vacas, esos productos o servicios que les proporcionan un ingreso seguro, por pequeño que sea; esas prácticas que vienen aplicando desde hace años, aunque ya no funcionen tan bien como al principio; esas personas anquilosadas que piensan que la organización, y el entorno, son los mismos que hace décadas.

Tirar por el despeñadero debe significar, entonces, algo tan sencillo y a la vez tan complejo como cambiar, otorgar el beneficio de la duda a lo nuevo, a lo desconocido, a lo que pudiera representar una mejor alternativa, y asumir los riesgos que conlleve esa decisión. Después de todo, las vacas no son eternas y algún día tendrán que morir, ya sea porque se les arroje al vacío o porque, simplemente, se les acaba su tiempo.

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