"Todos los avances significativos fueron rupturas en las antiguas formas de pensar"
Thomas Kuhn

viernes, 20 de noviembre de 2009

Manual del usuario


Muchas, y de todo tipo, han sido las aproximaciones que científicos, intelectuales, escritores, artistas, humoristas y poetas han hecho a la mexicanidad. El hecho es que descubrirnos, saber quiénes y cómo somos los mexicanos, ha sido casi una obsesión desde que este país se volvió independiente. Los libros que abordan el tema son incontables; algunos de ellos son ya verdaderos clásicos, como “El laberinto de la soledad”, de Octavio Paz; “El mexicano: psicología de sus motivaciones”, de Santiago Ramírez; “El perfil del hombre y la cultura en México”, de Santiago Ramírez, o “La raza cósmica”, de José Vasconcelos.
También se han llevado a cabo un gran número de investigaciones, como las que realizó Enrique Alduncin hace varios años, publicadas por Fomento Cultural Banamex en los libros “Cómo somos los mexicanos”. Una pregunta obligada es la de a qué se debe este desmesurado interés por descubrirnos, ciertamente mayor al que tiene cualquier otro pueblo de la tierra. Alguna vez, el doctor Díaz Guerrero, especialista en psicología del mexicano, dijo que la causa hay que buscarla en nuestro mestizaje: al no sentirnos españoles ni indios, sufrimos una crisis de identidad.
Lo cierto es que tenemos una serie de características distintivas, algunas de las cuales se pueden calificar como cualidades, y otras como defectos. Con frecuencia tendemos a ver más los segundos que las primeras, lo que es una más de las características referidas. Incluso no pocas veces se ha dicho que los mexicanos somos, per se, el problema. Abel Quezada, en su ya célebre cartón denominado “La tierra y sus dueños”, así lo afirmó. Cuando el asistente de Dios le pregunta a éste por qué le da a nuestro país tantos recursos naturales y tanta riqueza, le responde que no se preocupe, que para compensarlo le pondrá a los mexicanos.
Entre los trabajos humorísticos que tratan el tema de los mexicanos, hay que destacar la recopilación que se hizo de varios artículos publicados por el fallecido escritor Jorge Ibargüengoitia, con un título más que sugerente: “Instrucciones para vivir en México”, que constituyen un auténtico, e ingenioso, manual para el usuario.
¿Tenemos remedio?
Para empezar, Ibargüengoitia comparte el “pesimismo” de Quezada, al decir que el principal defecto que tiene México es “el estar poblado por mexicanos, muchos de los cuales son acomplejados, metiches, avorazados, desconsiderados e intolerantes. Ah, y muy habladores”. A continuación afirma que a la mayor parte de esas características no les ve compostura ni a corto ni a mediano plazo. Y en otra parte es contundente: “La mayoría de los mexicanos han visto tiempos peores, y la mayoría, también, espera ver tiempos todavía peores que los pasados”.
¿Será que realmente muchos de los estudiosos del mexicano piensan que no tenemos remedio, que de alguna manera nuestra naturaleza es así y que más que carga cultural traemos encima una carga genética? Si esto fuera así, no quedaría mucho por hacer, los esfuerzos de cambio serían inútiles y más valdría que nos resignáramos a librarla lo mejor posible con lo que hay.
Sin embargo, muchas veces ese pesimismo es simplemente desesperación que nace de ver que se podría hacer mucho y se hace poco, que hay potencial y se desaprovecha, que hay recursos y se dilapidan. Algo así le debe haber pasado a Ikram Antaki cuando escribió el libro “El pueblo que no quería crecer” refiriéndose, obviamente, al nuestro.
Entonces, ese pesimismo y desesperación no son sino manifestaciones del amor que se le tiene al país, a un país que se quisiera ver más espabilado (espabilar: “avivar y ejercitar el entendimiento o el ingenio de alguien, hacerle perder la timidez o la torpeza; apresurarse, darse prisa en la realización de algo”, según la RAE). Como el mismo Ibargüengoitia expresó: “La verdad es que mientras más enojado estoy con este país y más lejos viajo, más mexicano me siento”.

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