martes, 26 de enero de 2010
Cambiar la forma de pensar
Thomas Kuhn, que fue un destacado filósofo de la ciencia, autor de varios libros (el más conocido de los cuales es “La estructura de las revoluciones científicas”) y creador del concepto de “paradigma” en su sentido moderno (como un patrón de pensamiento en cualquier disciplina científica u otro contexto epistemológico), afirmó que “todos los avances significativos fueron rupturas en las antiguas formas de pensar”.
Esto es algo que los especialistas en la gestión del cambio saben muy bien: no se puede iniciar un proceso de transformación si no se piensa de manera diferente, si no se ven las cosas de una forma distinta a como se han visto, si no se abandona lo que se ha dado por sentado para abrirse a otras opciones, alternativas y soluciones. Kurt Lewin, uno de los padres del change management, llamó “descongelamiento” a este proceso a través del cual aceptamos esa “otra” realidad que no necesariamente coincide con la nuestra. Si no nos descongelamos, no hay posibilidad de cambio.
Muchas de las ideas que tenemos nos son transmitidas culturalmente, es decir, como resultado del proceso conocido como socialización, y llegan a arraigarse tan profundamente, que terminamos por asumirlas sin cuestionarlas nunca más, sobre todo si sentimos que, bien que mal, nos siguen funcionando (aunque no sea cierto). Nuestro comportamiento refleja fielmente esas creencias, de tal modo que el modelo mental y las conductas que son originadas por él, forman un todo integrado.
Cuando las conductas son disfuncionales, sólo hay dos formas de cambiarlas; una de ellas lo hace superficialmente y a corto plazo, y es la constituida por los reforzadores (premios y castigos); la otra lo logra en profundidad y a largo plazo, y es el cambio en el conjunto de creencias asociadas a dichas conductas. Este camino es más largo y difícil, pero tiene la ventaja de que es, auténticamente, un cambio cultural.
Todo esto viene a colación porque, ahora que se habla insistentemente, y con razón, de que hay que cambiar a este país, tenemos que caer en la cuenta de que, para que eso suceda, tenemos que cambiar muchas conductas disfuncionales, y para que eso se dé, tenemos que cambiar la manera como pensamos respecto a algunos temas básicos. Mientras eso no pase, el sistema seguirá “congelado” y las posibilidades del cambio serán prácticamente nulas.
El “pareto” del cambio
Sin duda son varios los ámbitos en los que tenemos que revisar nuestros paradigmas, si queremos cambiarlos, y con ello nuestra forma de ser y de actuar. Sin embargo, ayudaría enormemente que empezáramos con dos de ellos, que además están relacionados, porque si somos capaces de transformarlos, sin duda se producirá un efecto dominó que afectará positivamente a muchos otros. Estos dos son algo así como el “pareto” del cambio, es decir, ese 20 por ciento de cambios en nuestra manera de pensar, que podría impactar en el 80 por ciento de la transformación que buscamos en las conductas.
El primero es: Los demás también tienen derechos. Parece una verdad de Perogrullo, pero cada vez se nos olvida más, con las consecuencias que nos son tan familiares a todos hoy en día. Pareciera que nuestra sociedad ha llegado a ser plenamente consciente de los derechos propios, lo cual no está mal, pero no de los derechos de los otros, lo cual está muy mal. Esto se puede ver en todos lados, desde las calles de nuestras ciudades (donde los automovilistas no respetan los derechos de los peatones, ni los de los otros automovilistas, y los peatones tampoco respetan ni los de los automovilistas ni los de sus congéneres), hasta las empresas y el gobierno.
El resultado es que nos hemos acostumbrado a pedir sin dar nada a cambio, a estirar la mano para que se nos dé (lo que además, asombrosamente, sucede a menudo), y a pasar por encima de quien sea y de lo que sea (empezando por la ley), reclamando nuestros “derechos”, sean éstos legítimos o no.
El segundo paradigma a cambiar es muy parecido al primero, pero al revés: Yo también tengo obligaciones y responsabilidades. Cualquiera que sea nuestro rol (y cada quien tiene no uno, sino varios de ellos), sea éste el de ciudadano, esposo, padre, hijo, amigo, jefe, empleado, empresario, funcionario público o algún otro, tenemos que ser conscientes de lo que se espera de él, para cumplirlo de una manera efectiva y honesta.
No debemos evadir lo que nos corresponde hacer. Si esperamos, y exigimos, que los demás respeten nuestros derechos, hay que hacer lo mismo con ellos y aplicar en todo momento la ley de la reciprocidad: ser con los otros como yo quiero que sean conmigo.
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Muy buen artículo Horacio, Me parece una buena sugerencia para iniciar el año, un propósito de cambio que se antoja sencillo ( aunque no lo es ) pero alcanzable si lo tomamos en cuenta con seriedad y constancia, si cambiamos "solo" esto estoy seguro que cambiaremos mucho de nuestra individualidad y también de nuestra sociedad, por lo menos estaremos satisfechos de poner nuestro granito de arena.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo, Paco, desgraciadamente muy a menudo se nos olvida que no estamos solos, que los demás también tienen derechos legítimos que deben ser respetados. En nuestro país pareciera que este principio básico está desapareciendo, y eso es muy peligroso. ¿Terminaremos creando una sociedad en la que la única ley que impera es la del más fuerte? Ojalá no sea así. Tenemos que impedirlo, por el bien de todos.
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