jueves, 8 de abril de 2010
No al no
En este primer trimestre del año ha crecido un movimiento cuyo objetivo es destrabar las iniciativas que requerimos para salir adelante en diversas materias: política, energética, fiscal, laboral. La bandera que enarbola es acabar (en sentido figurado, por supuesto) con la “Generación del No”, es decir, con ese sector del gobierno, sobre todo del poder legislativo, que ha puesto un obstáculo tras otro, a lo largo de los años, a los diferentes proyectos que se han presentado en aras de modernizar al país y volverlo más democrático y competitivo.
Es indudable que la oposición al cambio que busca la mejora debe ser combatida, pues de lo contrario esta última jamás llegará. Lo que es importante considerar es que la generación del No dista mucho de limitarse al ámbito de la política; desgraciadamente, la encontramos en muchos más, entre los que el organizacional no es la excepción. En un buen número de empresas hay destacados representantes de esta generación, dispuestos a bloquear todo lo que implique cuestionar, y sobre todo modificar, el status quo existente.
Las consecuencias han sido muy graves para muchas organizaciones, y fatales para otras tantas, porque si algo se ha demostrado en estos tiempos que vivimos, es que pretender quedarse quietos en un mundo que está en constante movimiento, es poco menos que suicida; y decir que no al cambio es la mejor manera en la que uno puede quedarse quieto.
Las razones por las cuales surge el no pueden ser muy variadas: intereses que se ven amenazados, temor a lo desconocido, zona de confort, insensibilidad o ignorancia en cuanto a lo que pasa en el entorno, son sólo algunas de ellas. El hecho es que los seres humanos tenemos una resistencia casi casi natural a los cambios, sobre todo a los que por una u otra razón, representan (o por lo menos así lo creemos) un riesgo o peligro para nosotros.
Sin embargo, el que la negación y el rechazo al cambio sean casi naturales, no justifica que se den por sentados y se asuman como parte constitutiva de la naturaleza humana contra la que no se puede luchar, porque el cambio es no solamente necesario, sino también, muchas veces, inevitable.
Para qué tantos brincos
En las organizaciones, el No se manifiesta de varias formas. Por ejemplo, en las empresas familiares, cuando el criterio de la sangre no cede su lugar al de la efectividad en la elección de ejecutivos, o en la definición de la línea sucesoria; o cuando la forma tradicional de gestionar el negocio no se sustituye, así sea paulatinamente, por un mayor grado de institucionalización.
No son pocos los casos en los que las nuevas generaciones, egresadas ya de las universidades y llenas de ideas nuevas en la cabeza, encuentran en sus padres a sus principales muros de resistencia, con la correspondiente frustración de no poder poner en práctica lo aprendido. El problema, entonces, es que la generación del No en las organizaciones, familiares o no, pequeñas y grandes, es la que tiene el poder y la facultad de decidir.
También en las empresas se topan con el No muchas propuestas, provenientes de fuera y de dentro, que pretenden ampliar horizontes, aprovechar oportunidades, conjurar amenazas, actualizar la tecnología, expander los mercados, innovar, mejorar productos y servicios, desarrollar las competencias de la gente, hacer más sano el clima organizacional, establecer valores que guíen la conducta de los colaboradores, incrementar la productividad, simplificar procesos, y muchos beneficios más.
Pareciera que en no pocos casos, las únicas iniciativas a las que se les da el Sí son las que tienen que ver con la reducción de costos. Por supuesto que el no al No, no significa que todas las propuestas e ideas tengan que ser aceptadas e implantadas, pero sí que por lo menos deberían de ser tomadas en cuenta, para aumentar la probabilidad de que la organización salga avante en un entorno que le impone desafíos constantes, y en el que la flexibilidad es condición de supervivencia.
El No sólo se puede vencer con información y apertura. La primera quita la venda de los ojos y permite ver lo que sucede dentro y fuera de la empresa, lo que demanda un cambio, lo que ya no funciona o podría funcionar mejor. La segunda mueve a la acción, conjura el temor al riesgo y el miedo al fracaso, hace que se exploren ideas y caminos nuevos, fomenta el análisis y la reflexión, y da rienda suelta a la imaginación, que es, a decir de muchos, el único pasaporte con el que podemos llegar confiados al futuro.
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