martes, 9 de marzo de 2010
Escuchar
Por alguna extraña razón, desde siempre a los seres humanos se nos ha enseñado que la comunicación es algo que tiene que ver, principalmente, con la habilidad para expresarse, para hacer saber a los demás lo que pensamos o sentimos, para hacernos entender a través de la palabra oral o escrita, para ser claros al compartir nuestras ideas por medio del lenguaje. Y, también por alguna extraña razón, nos lo hemos creído, lo que nos ha hecho poner énfasis en el desarrollo de las competencias que tienen que ver con la emisión de mensajes.
Sin restarle importancia al lado “asertivo” de la comunicación, por llamarle de alguna forma, es decir, al que nos permite enviar, manifestar, dar a conocer lo que nos interesa que los otros sepan, tenemos que ser conscientes de la enorme relevancia que tiene la segunda habilidad comunicativa, esa a la que hemos relegado a una posición secundaria, y a la que, por lo tanto, poco o nulo interés le hemos puesto: la escucha.
Escuchar involucra al lado “receptivo” de la comunicación, a la apertura, al interés por los demás y por lo que éstos dicen, a la búsqueda y aceptación de la retroalimentación, a la disposición a conocer opiniones y puntos de vista diferentes a los propios, a recibir información que permita reflexionar, analizar y tomar decisiones, a acercarnos al marco de referencia de las personas para conocerlas mejor.
Si la comunicación fuera una moneda, tendría necesariamente dos caras, y la escucha sería, sin lugar a dudas, una de ellas. En una moneda no hay una cara más importante que la otra (a menos, claro, que juguemos un “volado”); más aún, no se puede concebir siquiera a la moneda sin una de esas caras. De la misma forma, la capacidad expresiva y la capacidad receptiva son los componentes esenciales del acto comunicativo, y no puede concebirse a la comunicación sin uno de ellos.
Entonces, escuchar se vuelve por lo menos tan importante como darse a entender (y así como en el “volado” la cara que elegimos se convierte temporalmente en la más importante, hay ocasiones en las que tenemos que escuchar más de lo que hablamos, porque de la escucha depende, en ese momento, la buena comunicación).
Oídos, mente, ojos
No se nos enseña a escuchar. Eso disminuye en un 50 por ciento nuestras habilidades comunicativas. Ni siquiera estamos conscientes de que la escucha requiere de tres factores. El primero de ellos es el más evidente: los oídos. Gracias a ellos, las ondas que genera la voz son convertidas en sonidos, y éstos, a su vez, cobran sentido para nosotros si el código utilizado por la otra parte es el mismo al que nosotros manejamos.
Pero oír todavía no es escuchar. Esto último sucede cuando, utilizando la mente, que es el segundo factor, prestamos atención a lo que oímos, nos concentramos en ello y lo analizamos. Esta es la parte en la que no se nos entrena. Por un lado, estamos atrapados en nuestro ego, que centra en nosotros mismos nuestra atención, restando importancia a lo que la otra parte es, siente y piensa. Por eso muchas veces, en lugar de escuchar, ocupamos la mente en preparar nuestro argumento, mismo que externaremos en cuanto podamos arrebatarle la palabra al otro.
Por otro lado, estamos invadidos por un gallinero, el de nuestra mente desordenada, dispersa, incapaz de enfocarse. Entonces, en lugar de escuchar, atendemos a los múltiples reclamos de las gallinas que cacarean sin cesar en nuestro interior. No en vano dicen los budistas que lo primero que hay que hacer –y no sólo para escuchar, también para muchas cosas más- es “callar al gallinero”; o, para usar otra metáfora común, callar a la “loca de la casa”, a esa parte de nuestra mente que deambula de un lugar a otro gritando y diciendo incoherencias que sólo distraen nuestra atención.
Pero no sólo escuchamos con los oídos y con la mente. También lo hacemos, o para decirlo con más precisión, también tendríamos que hacerlo, con los ojos. Si está comprobado que más del 70 por ciento de los mensajes que intercambiamos con alguien cuando interactuamos con él se transmiten a través de los canales no verbales (expresiones faciales, movimientos, posturas, miradas y otros más), es fácil concluir que si no escuchamos con los ojos, nos perderemos de una gran cantidad de información, de toda aquella que no está en las palabras, pero sí en el acto comunicativo como un todo.
Sería muy bueno, para nosotros y para los demás, que empezáramos a desarrollar esa habilidad; después de todo, como afirmaba Zenón, hay que recordar que “la naturaleza nos ha dado dos oídos y una boca, para enseñarnos que más vale oír que hablar”.
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Estas ideas son clave para tenerlas todo el día presentes, gracias por recordarnos esto Horacio son conceptos básicos que debemos utilizar con todas las personas con las que tratamos en cualquier medio de comunicación.
ResponderEliminarGracias, Paco, de acuerdo, sin la escucha no es posible comunicarnos, porque los demás nos seguirán siendo extraños. Sin embargo, qué difícil es practicarla, cuando toda la vida nos hemos acostumbrado a hablar.
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