"Todos los avances significativos fueron rupturas en las antiguas formas de pensar"
Thomas Kuhn

martes, 30 de marzo de 2010

Ideamotos


La serie de sismos que han sacudido durante los últimos meses a países ubicados a lo largo y ancho del planeta, se puede equiparar a lo que está sucediendo en otro terreno, el de la cultura, entendida como todo lo que no es natura, es decir, como lo hecho por la mente y la mano del ser humano. Efectivamente, cuando algo (trátese de una idea, de un acontecimiento, de una experiencia) es capaz de confrontar nuestras creencias, aquello que damos por sentado y que aceptamos por convicción o por costumbre, solemos decir que nos “movió el piso” (o el tapete, que para el caso es lo mismo).

También en todo el orbe y desde hace ya varios años, aunque con diferente intensidad dependiendo de la región o del hemisferio, se están dando “ideamotos”, que en algunos casos están sacudiendo los edificios de creencias construidos por la humanidad a lo largo de los siglos, y en otros de plano ya los han echado abajo.

Muchas de estas edificaciones se cimbraron cuando, entre la segunda mitad del siglo XIX y primera del XX, surgieron movimientos filosóficos, artísticos, científicos y sociales (Darwin, Freud y Einstein en la ciencia; Picasso, Stravinsky, Joyce y Le Corbusier en las artes; Marx en las ciencias sociales; Nietzsche en la filosofía, por citar sólo algunos) que le dieron la vuelta a la manera como hasta entonces se veía y se entendía al mundo.

También el vertiginoso avance tecnológico que hemos experimentado, ha contribuido a hacernos evidente que no todo está dicho, que lo que antes se consideraba imposible puede suceder, y que en un mundo como el que vivimos, más nos vale ser un sistema abierto, flexible y adaptable, que uno cerrado.

Casarse con las ideas propias, volverse intolerante a las de los demás, pretender que la razón está sólo y siempre se este lado y nunca del otro, conduce irremediablemente al aislamiento, a la confrontación y, eventualmente, a la desaparición. Basta con ver lo que ha pasado con los grandes imperios, desde la URSS hasta las empresas multinacionales que se han quedado en el camino, para entender que volverse rígido en el huracán, lejos de protegerlo, lo vuelve a uno vulnerable (como bien se ha dicho, las mejor libradas son las palmeras, porque se mueven con el viento en lugar se resistirse a él).

Desaprender

Este cambio constante y acelerado demanda de las personas el desarrollo de una gran capacidad de aprendizaje, entendido como el cambio conductual que hay que llevar a cabo para adaptarse a las nuevas circunstancias. Por eso, desde hace un buen tiempo se ha hablado y escrito tanto alrededor de este tema.

Lo que resulta interesante es que, de unos años para acá, se ha manejado también con insistencia el concepto de desaprendizaje, como algo que muchas veces debe darse como condición previa para el aprendizaje. No podemos generar nuevas ideas, ni desarrollar nuevas habilidades, ni adquirir nuevos hábitos o patrones conductuales, si no nos deshacemos antes de los que nos han acompañado hasta ahora.

El desaprendizaje se ha definido como un proceso individual y/o colectivo, a través del cual se buscan nuevos significados; implica examinar críticamente el marco conceptual que estructura nuestra manera de percibir la realidad e interpretar el mundo. Es, como han señalado algunos especialistas en el tema, “ejercitar la sospecha sobre aquello que se muestra como aparentemente lógico, verdadero y coherente". En otras palabras, para desaprender hay que cuestionar; más aún, hay que cuestionarnos.

Muchas de nuestras creencias y conductas las tenemos arraigadas desde nuestros primeros años y nunca han sido analizadas por nosotros de manera consciente; simplemente las hemos asumido. Desaprender es tener el ánimo para juzgarlas críticamente y estar abiertos a la posibilidad de cambiarlas cuando la evidencia señala hacia un rumbo distinto al que hemos seguido.

No necesariamente todo lo que damos por hecho tiene que ser cambiado, pero sí conviene que todo sea cuestionado. En primer lugar, este ejercicio nos vuelve más abiertos y tolerantes; el intolerante no sólo no se cuestiona a sí mismo, tampoco permite que los demás lo cuestionen, y termina tratando de imponer, e incluso imponiendo, cuando puede hacerlo, su cosmovisión.

En segundo lugar, el cuestionamiento nos abre posibilidades, nos genera nuevas alternativas, nos hace más adaptables y hasta incrementa nuestra actitud proactiva y nuestra capacidad creativa, porque para crear, hay que salirse de los paradigmas, o “pensar fuera de la caja”, como se suele decir.

Aprender a desaprender se vuelve, entonces, un asunto prioritario en una época en la que el piso se nos mueve día tras día.

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